Herida de injusticia, el velo que debemos destapar
Menos conocida que las heridas de abandono y rechazo, la injusticia también distorsiona nuestra percepción de la vida y de las relaciones. He aquí mi propuesta para transcenderla.
La herida de injusticia es una de las cinco heridas del alma que describe Lise Bourbeau en su enfoque terapéutico sobre las experiencias de la infancia que condicionan nuestras vidas adultas. Esta herida se forma en los primeros años de vida, generalmente entre los 4 y 6 años, especialmente cuando el niño percibe que no es tratado con equidad o que sus emociones no son validadas. Suele desarrollarse en un entorno donde se valora en exceso el hacer por encima del ser, y donde se premia el rendimiento, el autocontrol y la perfección como garantía de aceptación.
Las raíces invisibles de la herida
La herida de injusticia se arraiga en creencias profundas como: “Debo ser excelente para merecer amor”, “Sentir es signo de debilidad”, “No debo mostrarme vulnerable”, o “Si quiero que me respeten, tengo que hacerlo todo yo solo/a”. Son creencias que se van reforzando en una infancia donde la frialdad emocional, la exigencia o la sobrevaloración del éxito personal impiden que el niño se sienta reconocido por quien es en esencia. Así, aprende a reprimir sus emociones auténticas y a construir una máscara de rigidez, eficiencia y control.
Los comportamientos que favorecen esta herida en la infancia incluyen la falta de validación emocional, el castigo por mostrarse sensible y el exceso de críticas o de comparaciones con otros (esto último me traía por el camino de la amargura😤).
Muchas veces, el niño con esta herida ha tenido que "crecer rápido", asumiendo responsabilidades prematuras o esforzándose por no fallar nunca. Aprendió a autoexigirse y a mostrarse impecable para evitar el juicio o el rechazo.
Manifestaciones en la vida adulta y en la pareja
En la adultez, la herida de injusticia se manifiesta con rasgos muy específicos: personas perfeccionistas, autoexigentes, controladoras, muy mentales e inflexibles que sacan pecho por su capacidad para resistir y no depender de nadie. Aunque desde fuera pueden parecer seguras, por dentro existe una desconexión emocional profunda y una desconfianza arraigada hacia los vínculos íntimos. Se muestran frías o distantes, tienen dificultades para expresar necesidades o pedir ayuda, y evitan a toda costa mostrarse vulnerables.
En el ámbito de la pareja, estas personas tienden a vincularse desde la rigidez, la desconfianza y el control emocional. Aman desde la distancia emocional, les cuesta entregarse por miedo a perder el control o a ser heridos. Suelen asumir más de lo que les corresponde, sienten que deben hacerlo todo por su cuenta, y se frustran cuando el otro no responde a sus altísimos estándares.
En el fondo, su gran miedo es ser “demasiado” sensibles o “no lo suficientemente buenos”, por lo que prefieren mantener cierta frialdad para no exponer su herida.
Ejemplos de dinámicas relacionales bajo la herida de injusticia
Para ayudarte a aterrizarlo, siempre viene bien poner ejemplos. He aquí tres posibles dinámicas con cada uno de los apegos conocidos:
Pareja con apego ansioso.
Cuando alguien con la herida de injusticia se vincula con una persona de apego ansioso, se crea una dinámica de frustración constante. La persona ansiosa busca cercanía, contacto constante y reafirmación emocional, mientras que quien vive desde la injusticia necesita espacio, orden y control. El ansioso puede interpretar esa distancia como frialdad o desinterés, mientras que el otro siente que su autonomía está amenazada por las persistentes demandas emocionales del otro. Esto genera discusiones donde ambos se sienten incomprendidos: uno por “pedir demasiado” y otro por “no dar lo suficiente”.
Pareja con apego evasivo.
En este caso, se genera una relación con aparente armonía, ya que ambos evitan la vulnerabilidad y el contacto emocional profundo. Sin embargo, lo que parece estabilidad puede convertirse en una relación superficial, sin conexión auténtica. Ambos actúan desde la desconfianza, cada uno encerrado en su propio mundo. La herida de injusticia, al no encontrar fricción inmediata, puede reforzarse aún más, llevando a relaciones funcionales pero emocionalmente vacías, donde se prioriza el hacer por encima del sentir.Pareja con apego seguro.
Cuando una persona con herida de injusticia se encuentra con alguien seguro, la relación puede ser muy sanadora, aunque también desafiante. El apego seguro ofrece estabilidad, escucha y apertura emocional, algo que descoloca a quien está acostumbrado a sostenerlo todo solo/a. Inicialmente puede surgir rechazo o incredulidad, pero con tiempo y espacio seguro, esta relación puede ayudar a desmontar creencias rígidas y favorecer que aflore la vulnerabilidad. La clave aquí reside en permitirse confiar y bajar las defensas.
Del automatismo a la elección consciente
Es fundamental entender que la herida de injusticia no es una sentencia. Al igual que sucede con el resto de heridas, encarnarla lo significa que seas así por naturaleza, sino que te adaptaste de esta forma para sobrevivir en un entorno donde tus necesidades no fueron del todo comprendidas. Estas creencias que hoy guían tus vínculos no son verdades absolutas, aunque durante años las hayas vivido como tales. Son narrativas que has integrado sobre el amor, la entrega y el merecimiento, que te han llevado a vivir relaciones con rigidez y miedo.
Sin embargo, esta forma de vincularte ya no te sirve. No es sostenible amar desde la desconfianza, ni protegerse constantemente del otro mientras se anhela conexión. Es incongruente, ¿verdad? La autoexigencia constante y el no permitirte apoyo te alejan de vivenciar una relación donde puedas ser tú, libre y auténtico/a.
El amor que anhelas—nutritivo, íntimo y equilibrado— no puede nacer en la rigidez. Necesita espacio, apertura, ternura, permiso para errar y, sobre todo, confianza.
Ese “manual” que construiste para sobrevivir en el pasado fue valioso, pero ya no se corresponde con la persona que eres hoy ni con lo que verdaderamente necesitas. Ya no eres aquel niño o aquella niña que debía esforzarse para ser visto/a, ni debes hacerlo todo por tu cuenta para ser digno/a de amor. La vida adulta te ofrece la posibilidad de actualizar tu mirada, de cuestionar esos patrones y de abrirte a otras formas de estar en el mundo relacional.
Esto implica aprender a pedir ayuda, a rodearte de personas que no te juzgan, que no te imponen consejos y que celebran tu presencia tal y como es. Personas que no quieren cambiarte, a menos que el impulso nazca de ti. Solo así podrás empezar a confiar, a bajar la guardia, a permitir que el amor fluya sin condiciones.
No necesitas hacerlo todo solo/a. Date el permiso de confiar, de expresar tus necesidades, de aceptar tus emociones sin temor a ser rechazado/a. Tus emociones te están gritando que te permitas ser humano/a, con errores, con incertidumbre, con la belleza de quien se reconstruye con compromiso, ternura e intención.
El amor está en ti
Tus heridas de infancia no te definen. Son parte de tu historia, pero no son tu destino. Todo lo que duele puede transformarse. Todo lo que fue puede alquimizarse. Y el amor, ese amor auténtico que tanto anhelas, no está fuera de tu alcance: está ahí, esperándote al otro lado de tu coraje, de tu vulnerabilidad, de tu elección de sanar.
El primer paso es mirarte con honestidad, con compasión, y con la certeza de que sí puedes transformarte. Puedes hacerlo con ayuda profesional o a tu propio ritmo, pero siempre con compromiso contigo, indulgencia y gratitud.
El amor que deseas también te desea. Solo tienes que creértelo y obrar en consecuencia.