La comunicación siempre pringa
Pese a su valor inequívoco, la comunicación es el primer ingrediente que acabamos sacrificando en las relaciones interpersonales en general, y en las amorosas en particular.
La comunicación es el tejido invisible que conecta a los seres humanos en todos los ámbitos de la vida. Desde los vínculos familiares hasta las relaciones laborales, pasando por las amistades y las parejas, la calidad del diálogo determina en gran medida la salud de cualquier vínculo. Sin embargo, a pesar de su importancia crucial, tendemos a descuidarla, a obviarla o incluso a temerla. ¿Por qué ocurre esto? ¿Qué miedos, creencias o dinámicas sociales nos empujan a esquivar conversaciones necesarias o a malinterpretar diferencias como ataques personales?
En tiempos donde la inmediatez y la hiperconexión digital coexisten con una profunda desconexión emocional, es más urgente que nunca reaprender a comunicarnos de manera honesta, empática y asertiva. Seguro que recuerdas con cierta amargura alguna relación efímera en la que colocaste demasiadas expectativas o en la que La Conversación que tanto necesitabas nunca se produjo.
El miedo a la confrontación y la polaridad
Uno de los principales obstáculos a una comunicación auténtica es el miedo a la confrontación. Muchas personas asocian el conflicto con algo negativo, destructivo o doloroso, cuando en realidad, el desacuerdo bien gestionado puede fortalecer los vínculos. Este temor suele estar enraizado en experiencias pasadas —infancia con figuras autoritarias o sobreprotectoras, entornos donde se castigaba la expresión emocional, no se validaban o se desatendían las emociones— que generan una visión distorsionada del diálogo honesto.
A esto se suman creencias limitantes como “si le digo lo que pienso, dejará de quererme” o “mejor callar que empeorar las cosas”. Estas ideas, heredadas de la familia o moldeadas por las experiencias individuales, bloquean la posibilidad de abrir conversaciones necesarias. También operan prejuicios sociales como la falsa idea de que pedir aclaraciones es “ser conflictivo”, o que expresar desacuerdo equivale a ser agresivo.
La consecuencia es una cultura del silencio, del “todo bien” superficial, donde los verdaderos sentimientos quedan ocultos tras una máscara de cordialidad vacía. Esta falta de profundidad en la comunicación está apoyada en apegos ansiosos y/o evitativos que generan relaciones frágiles. Basta una chispa para detonar resentimientos acumulados durante años.
Relaciones líquidas y tecnología: el espejismo de la conexión
El sociólogo Zygmunt Bauman acuñó el concepto de “relaciones líquidas” para describir vínculos inestables, volátiles y marcados por la fragilidad emocional. En el actual contexto digitalizado, la falta de comunicación genuina no es solo un síntoma, sino una causa. La inmediatez de las redes sociales, el frenético estilo de vida que hemos comprado y los mensajes de odio que hemos normalizado no dejan espacio para el diálogo sincero y profundo, y menos aún para el autoconocimiento. Preferimos enviar un emoji a expresar una emoción compleja, dar un “me gusta” o eludir una conversación incómoda por no sentirnos desplazados o discriminados.
Esta hiperconectividad tecnológica ha generado una paradoja: estamos más “comunicados” que nunca, pero también más solos, más incomprendidos y más propensos a la ansiedad y a la desconexión afectiva. Por ejemplo, muchos conflictos en pareja derivan no tanto de problemas irresolubles, sino de la falta de escucha activa, de tiempo compartido sin pantallas y de conversaciones honestas sobre expectativas y límites.
Disparidad de opinión no es ataque: el reto de la tolerancia emocional
Otro motivo por el que evitamos comunicarnos en profundidad es la creciente dificultad para tolerar puntos de vista distintos. Vivimos en una época donde la discrepancia se percibe como una amenaza, y no como una oportunidad de crecimiento. Esto se observa tanto en discusiones familiares como en debates políticos o redes sociales: cualquier opinión contraria es rápidamente atacada o bloqueada. ¿Cuántas veces has preferido evitar pronunciarte sobre un asunto para no ser la intensa de turno o llevarle la contraria a tu pareja (a sabiendas de que terminaría en una riña)?
Esta intolerancia a la diferencia está relacionada con el ego, con la necesidad de tener razón y con una baja autoestima que nos hace sentir que toda crítica es personal. Cuando no aprendemos a disociar el mensaje del mensajero, entramos en modo defensivo y dejamos de escuchar.
Sin embargo, aprender a convivir con el desacuerdo, sin que ello erosione el vínculo, es uno de los pilares de una comunicación sana. Para lograrlo, se requiere autoconocimiento, empatía y herramientas prácticas de diálogo consciente.
Herramientas para una comunicación asertiva
La comunicación asertiva es aquella que expresa lo que sentimos y pensamos de forma clara, honesta y respetuosa, sin pasividad ni agresividad. Implica reconocer nuestras necesidades, pero también considerar las del otro.
Entre las herramientas más eficaces para mejorar nuestra comunicación abogo por la estrategia P-DEPA de la Programación Neurolingüística (PNL), que resume cinco pasos clave para abordar conversaciones difíciles:
P (Pensamiento): ¿Qué estoy pensando? ¿Es una interpretación o un hecho? Aquí identificamos lo que nos molesta desde la razón.
D (Deseo): ¿Qué quiero lograr con esta conversación? ¿Cuál es mi objetivo real?
E (Emoción): ¿Qué siento ante esta situación? Nombrar emociones desactiva tensiones internas.
P (Petición): ¿Qué necesito del otro? Formularlo en positivo y con claridad.
A (Acuerdo): ¿Cómo podemos llegar a un punto medio o construir una solución conjunta?
Ejemplo práctico de P-DEPA:
Imagina una pareja en la que una de las personas siente que su pareja pasa demasiado tiempo con el móvil en las cenas. En lugar de estallar, puede decir:
P: “He notado que durante la cena sueles estar mirando el celular.”
D: “Me gustaría que nuestras cenas fueran un momento de conexión.”
E: “Me siento triste y desplazada cuando esto sucede.”
P: “¿Podrías dejar el móvil a un lado mientras comemos?”
A: “¿Qué te parece si a partir de ahora dejamos los teléfonos en otra habitación durante las cenas?”
Este enfoque elude el reproche y permite construir acuerdos desde la colaboración. Por simple o protocolaria que te parezca, te animaría a que probaras esta estrategia de comunicación (si es necesario personalizándola, pero manteniendo en mente su esquema).
Recuperar la profundidad: una responsabilidad compartida
Comunicarnos mejor no es solo una herramienta para prevenir conflictos, constituye una forma de honrar nuestros vínculos. Requiere valentía para abrir conversaciones incómodas, pero también humildad para escuchar sin interrumpir, validar emociones sin minimizarlas y aceptar que no siempre tendremos la razón.
En un mundo acelerado y ansioso, donde la atención es cada vez más escasa, detenerse a mirar al otro a los ojos y decir “esto me pasa, esto necesito” es un acto casi revolucionario. Así lo veo a tenor de cómo está el panorama.
Cultivar la comunicación profunda es una responsabilidad compartida: de padres a hijos, de hijos a padres, de hombres a mujeres, de mujeres a hombres. Solo a través del diálogo auténtico podemos construir relaciones más sólidas, más humanas y más duraderas. Y no lo obviemos, los vínculos genuinos tienen un impacto directo en nuestra salud física y mental, en nuestra calidad de vida e incluso en nuestra esperanza de vida.
A mi, por ejemplo, me cuesta muchísimo iniciar esas conversaciones incómodas, pero a medida que voy entablándolas más, mejor me voy sintiendo conmigo misma. Al final, creo que todos apreciamos la sinceridad y honestidad por parte de otros y que nos cuenten lo que les pasa en lugar de "pegarnos un grito" de no te aguanto más.
Exacto, Isabel. Las personas que apreciamos merecen ese esfuerzo por nuestra parte, porque efectivamente no es nada fácil verbalizar lo que sabemos que es delicado o incómodo. ¿Y lo bien que sienta vaciarse? 😂😅