El cuidador, el arquetipo que atrae la carencia
Bien visto socialmente, el cuidador sufre en silencio. Si no se dota de recursos o de rutinas de autocuidado, está condenado a quemarse y a proyectar su rencor más visceral en los que más quiere.
En el vasto universo de la psicología profunda, uno de mis referentes, Carl Gustav Jung, ocupa un lugar central. Psiquiatra, psicólogo y ensayista suizo, Jung fue el pionero del concepto de arquetipo, una serie de patrones universales presentes en el inconsciente colectivo que moldean nuestra forma de actuar, de sentir y de relacionarnos. Entre sus contribuciones más influyentes se encuentran los 12 arquetipos de personalidad, una guía simbólica y genérica que describe los distintos modos en que las personas viven el mundo.
Uno de estos arquetipos es el cuidador —también conocido como el protector, el altruista o el servicial—, cuya misión principal es velar por el bienestar ajeno, a menudo dejando sus propias necesidades en segundo plano.
¿Quién es el cuidador?
El cuidador es empático, generoso y protector. Encuentra sentido en aliviar el sufrimiento de los demás y su autoestima muchas veces se vincula directamente a cuánto puede dar o cuánto puede ser útil. Este arquetipo se manifiesta en figuras maternales, en roles de enfermería, asistencia social, educación, y en personas que viven para complacer y estar disponibles para otros.
A primera vista, suena noble, incluso necesario. ¿Qué sería del mundo sin los cuidadores? Pero detrás de su vocación muchas veces hay una historia no contada: una necesidad de aprobación, una dificultad para poner límites, y un miedo profundo al rechazo.
El cuidador y el apego ansioso
Si me sigues desde mayo, ya estarás atando cabos y encontrando similitudes con correos pasados, ¿verdad? Aquí entra en juego John Bowlby, creador de la teoría del apego. Según Bowlby, las formas en que nos vinculamos en la infancia con nuestras figuras de apego (generalmente nuestros padres o cuidadores) condicionan nuestra manera de relacionarnos en la adultez. El cuidador está vinculado con el apego ansioso, que se caracteriza por el temor a ser abandonad@ y la creencia de que debe ganarse el amor con sacrificio.
En la infancia, esta persona aprendió que “ser útil” o “hacer lo correcto” le traía atención o afecto.
Con el tiempo, esta dinámica se convierte en un patrón relacional: si doy, me quieren; si dejo de dar, me olvidan.
Así, el cuidador se convierte en una figura que busca aprobación ofreciendo su tiempo, energía y amor… incluso cuando no se lo piden, incluso cuando no puede más.
Cómo interviene este patrón de personalidad en las relaciones
En las dinámicas relacionales, un cuidador puede parecer el socio ideal: siempre presente, pendiente, atento. Sin embargo, esta entrega constante no siempre es sana ni mucho menos es sostenible. Cuando se da desde el miedo o desde la autoexigencia, el cuidado puede convertirse en control, victimismo, o incluso en resentimiento.
Muchas veces, el cuidador espera —aunque no lo diga— que le devuelvan la misma cantidad de amor que entrega. Y si eso no sucede, se frustra, se siente vacío o traicionado. El problema de fondo es que ha perdido contacto consigo mismo: no sabe qué necesita, no se cuida, y ha olvidado que merece recibir amor sin tener que ganárselo.
Tres situaciones en las que el cuidador no cuida bien
Estoy segura de que alguno de estos ejemplos te resulta familiar, son situaciones que nos han pasado a casi todos:
“Lo hago todo por ti y no lo valoras”. Una madre que organiza la vida de sus hijos adultos sin pedir permiso, y luego se siente herida porque ellos no se lo agradecen ni la tienen en cuenta. El cuidado aquí nace del miedo a no ser útil o necesaria.
“Sin mí no puedes”. Una pareja que siempre resuelve los problemas del otro sin dejarle espacio para crecer. Aunque parece ayuda, en realidad hay un deseo inconsciente de mantener al otro a su merced, de ser indispensable.
“Estoy siempre para todos, pero nadie está para mí”. El padre que sostiene a la familia, pero que no sabe cómo pedir apoyo cuando se siente mal. Aquí el rol de cuidador se convierte en una prisión de autoexigencia.
¿Soy un cuidador? Tres preguntas para identificarte
Para poder transformar es imprescindible identificar. Así que, si aún estás dudando de si encarnas o no este arquetipo, te dejo algunas preguntas incómodas:
¿Siento que si no estoy pendiente de los demás, dejarán de quererme?
¿Me cuesta pedir ayuda o mostrarme vulnerable porque creo que debo ser fuerte siempre?
¿Siento que doy mucho más de lo que recibo y eso me deja exhaust@ o frustrad@?
Si has respondido “sí” a una o a varias de estas preguntas, es más que posible que estés actuando desde el arquetipo del cuidador. Pero la buena noticia es que puedes revertirlo.
¿Cómo dejar de desgastarte?
El desgaste no proviene de dar, sino de darse por perdido en el dar. Cuando uno se desconecta de sí mismo, proyecta hacia afuera la escasez o la carencia interna. Por tanto, el cuidador se vuelve un mendigo emocional: da esperando recibir, porque no sabe (aún) que puede proporcionarse a sí mismo lo que tanto anhela.
En el fondo, muchas veces el cuidador vive con creencias como:
Si no cuido, me rechazarán o me dejarán.
Si no soy útil, no valgo.
Si no estoy atent@ y soy servicial, me reemplazarán.
Estas ideas son trampas emocionales arraigadas en la infancia, cuando el afecto parecía estar condicionado al comportamiento. Sin embargo, hoy, como adulto, ya no necesitas ganarte el derecho a ser querid@. ¿Qué te parece empezar a cultivar una relación contigo mism@ basada en el autocuidado, y no en el sacrificio?
El inicio de la transformación
Transformarse no es dejar de cuidar. Es cuidarte primero a ti, nadie puede amar desde el vacío. Es darte permiso para poner límites sin sentir culpa, para decir “no puedo” o “ahora necesito tiempo para mí”.
Recuerda: si te sientes vací@ o frustrad@ por lo que no recibes, pregúntate: ¿qué necesito darme que estoy esperando que venga de fuera? Ese cambio de foco te va a empoderar. Porque el afecto que deseas empieza contigo.
Si te reconoces en este arquetipo, no te juzgues. No estás rot@, ni hiciste nada mal. Estas heridas y creencias son adaptaciones que aprendiste para sobrevivir emocionalmente en un entorno que tal vez no supo sostenerte.
Ahora, en tu adultez, ya no estás indefens@. Tienes todos los recursos necesarios para alquimizar esta dinámica. Solo necesitas estar despiert@, comprometid@ con tu bienestar y dispuest@ a cambiar el foco del amor hacia ti.
Es hora de perdonarte, de dejar de exigirte tanto. Si te quieren de verdad, te querrán tal y como eres. Y algo aún más importante, puedes cuidarte con la misma devoción con la que cuidas al mundo.
Estás llamad@ a ser tu propio refugio, tu compañía incondicional. Es algo que no nos enseñan en el colegio, pero no por ello es menos cierto.
Lo que me pasa al leer esto es que reconozco la trampa demasiado bien. Porque no solo cuidé a otros, también construí mi identidad sobre ese rol. A veces uno da tanto, que después no sabe cómo recibir sin sentirse en deuda. ¿Qué pasa cuando el cuerpo se agota pero el personaje sigue funcionando en automático? Tal vez sanar sea empezar a cuidar desde otro lugar… uno que incluya quedarse cerca de uno mismo.
He sído, si. Con apego ansioso también. Acabas agotada, desviviendote cada vez más y nunca parecer suficiente. Por suerte, me encontré un pasivo agresivo con tlp y fue todo tan oscuro, que fui a una terapeuta excepcional y me trabajé mis mierdas. A día de hoy todavía tengo alguna cosa, pero el fin de la primaria de mi hijo me va a conceder el paso que necesito: dejar de cuidar, estar pendiente del mundo, adelantarme a los deseos. No hablo de mi hijo,no. Hablo de la gente