Emociones y estados emocionales, ¿son lo mismo?
Se habla mucho de gestión emocional, pero ¿sabes realmente dónde, en qué parte del cuerpo, se experimentan las distintas emociones? ¿Te arreglas bien para descifrar su mensaje oculto?
Las emociones forman parte esencial de nuestra experiencia como seres humanos. Nos atraviesan, nos impulsan y, muchas veces, nos desbordan. Aunque solemos verlas como algo abstracto, las emociones se manifiestan con claridad en nuestro cuerpo. Entender en qué parte del cuerpo se alojan y cómo operan desde una perspectiva bioquímica puede ser clave para aprender a gestionarlas (a descifrar el mensaje que nos traen) y vivir con mayor consciencia y bienestar.
¿Cuántas emociones existen y cuáles son?
Aunque existe debate entre científicos y psicólogos sobre cuántas emociones existen, la mayoría coincide en que las más básicas son estas seis: alegría, tristeza, miedo, ira, sorpresa y asco. A partir de estas emociones primarias surgen combinaciones más complejas como la culpa, el orgullo, la vergüenza, la gratitud, la frustración o la ansiedad, lo que conocemos como estados emocionales y que suman un total de 42.
Lo fascinante es que cada emoción tiene un correlato físico, una forma particular de expresarse en nuestro cuerpo. Por ejemplo, el miedo suele sentirse como un nudo en el estómago, mientras que la ansiedad tiende a comprimir el pecho, dificultándonos la respiración.
Cada emoción cumple una función adaptativa: el miedo nos protege, la tristeza nos ayuda a procesar pérdidas, la alegría refuerza conductas positivas, y la empatía fomenta la conexión con los demás. Sin embargo, muchas veces no somos conscientes de lo que sentimos o no sabemos cómo expresarlo, lo que puede derivar en conflictos internos o con nuestro entorno.
Una herramienta valiosa para identificar qué sentimos es recurrir a un emocionario. ¿Lo conoces? Es un recurso visual o escrito que describe y define diferentes emociones. Vamos, un diccionario de emociones. Consultarlo nos permite ampliar nuestro vocabulario emocional y entender mejor nuestras reacciones.
En paralelo, llevar un diario de emociones es otra práctica efectiva. Anotar diariamente lo que sentimos, qué lo provocó y cómo respondimos, nos ayuda a detectar patrones, mejorar el autocontrol y fortalecer la autorreflexión. Con el tiempo, esta práctica puede reducir el estrés, mejorar la autoestima y facilitar una comunicación más empática (algo que agradecen especialmente las personas alexitímicas o con dificultades para interpretar y corresponder las emociones).
El origen bioquímico de las emociones
Desde el punto de vista bioquímico, las emociones se desencadenan por la interpretación que hacemos de los estímulos que nos rodean. Cuando algo nos ocurre —una conversación, una noticia, una memoria— el cerebro, y en particular la amígdala, evalúa si eso representa una amenaza, una pérdida, una oportunidad o una recompensa. En función de esa evaluación, se activa una respuesta emocional que libera una cascada de neurotransmisores como dopamina, serotonina, adrenalina o cortisol, dependiendo de la emoción.
Lo más revelador es que, según investigaciones como las de la neurocientífica Jill Bolte Taylor, una emoción pura no dura más de 90 segundos, aunque algunos amplían ese rango a un máximo de dos minutos y medio. Si continúa más allá de ese tiempo, no es porque la emoción siga ocurriendo en el cuerpo, sino porque nuestra mente la está reactivando constantemente con pensamientos y narrativas que alimentan el ciclo emocional.
¿Dónde se alojan las emociones en el cuerpo?
Cada emoción tiene un lugar predilecto para manifestarse en el cuerpo. ¿Sabrías identificar dónde se alojan las más recurrentes?:
Miedo. Se instala en el estómago, como un vacío o una contracción. Es la alarma del cuerpo ante una posible amenaza.
Ansiedad o nerviosismo. Se siente en el pecho, como una opresión o dificultad para respirar. Está ligada a la anticipación y la falta de control.
Ira. Genera tensión en la mandíbula, hombros y manos. Puede acompañarse de calor en el rostro o el cuello.
Tristeza. Se siente como una pesadez en el corazón, debilidad en el cuerpo o una necesidad de encogerse.
Alegría. Se expande por todo el cuerpo, suele sentirse en el pecho como una ligereza o calor agradable.
Asco. Puede sentirse en la garganta o en el estómago, generando una sensación de rechazo o náusea.
Comprender esta geografía emocional nos ayuda a hacer un “escaneo” corporal cuando algo nos perturba o nos moviliza. En lugar de huir o reprimir la emoción, podemos observar dónde se manifiesta y preguntarnos qué nos quiere decir.
Escuchar al cuerpo para actuar con inteligencia emocional
El cuerpo siempre está hablándonos. Si durante una semana notamos que la emoción predominante es la ira, por ejemplo, no basta con reprimirla o culpar a los demás. Es una señal de que algo no está fluyendo bien. Tal vez estemos sosteniendo conversaciones desde la reactividad o evitando decir lo que realmente necesitamos. En lugar de seguir acumulando frustración, podríamos preguntarnos: ¿qué estoy necesitando comunicar? ¿Qué límites no estoy poniendo?
Este tipo de reflexión es irremplazable y, sin embargo, no es algo que nos enseñen en el colegio. Crecemos sabiendo resolver ecuaciones, pero no sabiendo cómo gestionar una emoción intensa o cómo respirar para calmar la mente. Nos guste o no, nuestro mundo emocional nos pertenece y tiene un impacto directo en nuestra calidad de vida. No solo influye en cómo nos sentimos, sino en cómo tratamos a quienes nos rodean.
Cuando actuamos desde la calma, somos más empáticos. Cuando lo hacemos desde la reacción, es más fácil herir o generar conflictos. Aunque sé que lo tienes interiorizado, cuesta ponerlo en práctica.
El poder de las prácticas conscientes
Por fortuna, existen herramientas muy eficaces para aprender a gestionar nuestras emociones. No se trata de evitarlas ni de negarlas, sino de transitarlas con presencia. Algunas de las prácticas más efectivas son:
Respiración consciente. Tan simple como pausar y tomar respiraciones profundas, conectando con el cuerpo (en cómo entra y sale el aire) y desacelerando la mente.
Meditación. Entrenar la atención para observar pensamientos y emociones sin identificarnos con ellos. Nos ayuda a desarrollar perspectiva.
Tapping (EFT). Una técnica que me encanta, combina toques suaves en puntos de acupuntura con frases de aceptación. Ayuda a liberar emociones bloqueadas y calma el sistema nervioso.
Estas prácticas no requieren grandes inversiones ni condiciones especiales. Solo voluntad y constancia. Son un puente directo hacia una vida más serena, con menos reactividad y más comprensión.
La conexión con tu cuerpo debería ser tu brújula
Conocer el lenguaje emocional del cuerpo es una herramienta poderosa para vivir con mayor consciencia. Cuando aprendemos a identificar nuestras emociones por cómo se sienten físicamente y entendemos su funcionamiento bioquímico, podemos dejar de ser esclavos de ellas y empezar a relacionarnos desde un lugar más compasivo, tanto con nosotros mismos como con los demás. Desde mi experiencia, este punto cambia experiencias de vida.
La gestión emocional no es un lujo ni una moda pasajera. Es una necesidad urgente en un mundo acelerado, donde la mayoría de las veces se valora más la productividad que el bienestar. Respirarte, tomarte una pausa y escuchar lo que el cuerpo quiere decirte no es perder el tiempo: es cuidar tu calidad de vida y la de tus vínculos. ¿Te parece un tema secundario?
Las emociones son vistas como ciudadanos de segunda. No le damos la importancia que se merecen porque no estamos entrenado en el conocimiento del cerebro límbico. Es hora de poner ese cerebro a trabajar y así como aprendemos a pensar debemos aprender a sentir por qué la vida hay que vivirla sintiéndola no pensándola.
Apaguemos a Descartes con su "Siento y existo" y empecemos a decir "Siento y existo" De esta manera empezaremos a tener mejores relaciones mejor bienestar